5 ene 2011

En la tormenta.


Después de tantas idas y venidas de personas que nos ofrecían estampitas de las estaciones de tren, nos sentamos a descansar.
Y estábamos sentados sobre la sombra del viejo roble. Vos mirabas cada centímetro del parque y escuchabas lo que decía mientras mirabas el cielo, pero mis palabras rodeaban tu mente y de tu boca no se oían muchas palabras, sólo hablabas de la naturaleza sana que nos parecía cercana a un lugar de nuestra infancia. Pero inútil era ponerse a pensar de qué momentos, si sólo estábamos concentrados con la imprudencia en las venas de ver a tanta gente frente nuestros ojos. Yo te hablaba para sacarte de la distracción momentánea de ver un cielo gris con pájaros negros, que como en cada segundo, se nos acercaban.
Mirábamos cada niño que pasaba en frente nuestro, cada perro con su lomo lastimado y sus ojos tristes suplicando comida. Pero lo que más veíamos era el tiempo pasar, tan veloz, y nosotros simplemente concentrados en lo mismo, en ver los pájaros, los poemas sueltos en las avenidas, la gente caminar de forma extraña, la forma de hablar que tenían.
Pero mi distracción era aún más abundante, y no se reflejada en la naturaleza que tenía ese lugar que no recuerdo ni su nombre. Observaba tus gestos, tu forma de emplear palabras que no conocías su significado, tus movimientos, tus conocimientos.
Tus manos.. tus manos eran un símbolo de deseo en cada intermedio. Eran el agua en cualquier momento del día donde el sol quema el alma, eras eso, eras deseo.
Pero después de tantas palabras sin letras, de melodías sin música, de libros sin historias; nos agarró la lluvia. Vos te olvidaste el paraguas y yo me olvidé el abrigo arriba de la mesa de mi dormitorio. 
Quedamos cubiertos de barro. Las suelas de tus zapatos estaban cubiertas de agua. La catedral estaba cerrada, las heladerías estaban cubiertas de gente por sus rincones. Las escaleras eran imposibles de subir. El agua te llegaba a los talones y por más de que corras siempre quedabas atascado en un nido de rencores, para dar un ejemplo literario. Pero sobre todas las cosas, estábamos muerto de fríos. Tu cuerpo temblaba, y yo no tenía ni un abrigo para envolverte.
Corrimos sin saber a dónde, las puertas de los locales estaban cerradas. 
Nos quedamos mirando la lluvia bajo una galería con temor a que las maderas del techo se nos caigan encima, pero no teníamos otra solución, las calles estaban vacías, las librerías colapsaban, y sólo éramos vos y yo en medio de una ciudad.
Encendiste un cigarrillo. Mis palabras volvían a envolverte en versos nostálgicos que a su vez lograban juntarse con las hojas secas que el viento arrastraba hasta donde estábamos. 
Tomé tu mano, la miré por minutos... horas.  Seguías mirando caer la lluvia, temblando de frío. Susurrabas melodías de los años sesenta, y volvías a mirar el cielo.
Yo te repetía versos de libros que nunca leí. Te cantaba canciones que no sabía su letra. 
El frío aumentaba. Estábamos en medio de la boca de una tormenta. Extendiste tu mano hacia mi hombro; y así pasamos la tarde.


No hay comentarios:

Publicar un comentario