Una vez más me envuelve el mismo sentimiento, la misma resignación de los inoportunos intermedios que existían cuando te veía.
Lo primero que sentía eran ganas de abrazarte porque básicamente era uno de mis sueños más necesarios en ese momento.
Aquella tarde que nuestras miradas se cruzaban con el viento y nuestras risas iban y volvían a nuestras bocas sin interrumpir el paso de las palabras. En esa tarde tímida como dos niños que temen saludarse; yo deseaba abrazarte. Lo necesitaba porque veía a tu boca hablar y mis ojos se iban más allá de tus palabras. Lo necesitaba porque las alabanzas turbias que salían de tu boca perturbaban mi mente al escuchar el tono que hacías con tu voz.
Éramos como dos pájaros que buscaban la libertad en el aire y encontrabamos siempre un motivo para volar. Éramos simplemente: dos almas enamoradizas con miedo a sí mismos.
Pero la idea de abrazarte se alejaba cada vez más. Todo avanzaba como en los cuentos de hadas. Yo me ilusionaba, yo me narraba un cuento en mi cabeza que iba transformándose en una historia sin la unión de dos personas; por el amor.
Por más de que quería abrazarte entre vos y yo había una inmensa distancia (por más de que entre tu boca y mi boca había no más de 40 cm de distancia). Entre nuestros rostros estaba esa pared invisible que me permitía verte, sentirte, escucharte, pero nunca poder llegar a tocarte, poder tender mis brazos sobre tus hombros y acariciar tu cabello para luego susurrarte al oído versos apacibles y armoniosos.
Entre vos y yo habitaba una soledad oscura, sin poesías y colores para darnos, sin amor entre su cuerpo, sin temor a nada, simplemente quería lastimarnos, alejarnos, convertirnos en dos extraños que no recuerdan sus nombres. Quería llevarse entre sus manos a los recuerdos y al olvido, a la paciencia y a la calma, a las dudas y a los rechazos, a los besos y a los abrazos, a tu impaciencia y a mi espera.
El mismo tiempo que nos separó, arrastró a los secretos a un río que desbordó de olvido e inunda las calles. Y nosotros terminamos siendo dos desconocidos. Sí, desconocidos porque las melodías que salían de nuestros cuerpos hoy están muertas. Porque el amor que tenía para dar hoy marchitó. Porque tu impaciencia colapsó y todo quedó en la última puerta del vacío.
Te veo, te veo a millones de km de mis brazos.
Ellos se extienden, pero es inútil porque vos sos el sol y yo una nube que quiere acercarse para abandonar a las tormentas de todos los días.
Vos sos eso, sos la luz del sol que cada mañana ilumina una habitación vacía. Sos lo que está destruyendo a un corazón cansado de latir pero que sólo busca las estrategias para estar mejor.
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